sábado, 30 de julio de 2016

Ser primero no siempre significa ganar

El día de ayer presencié la competencia más impactante en mi vida. Fui a una pelea de boxeo que me invito un amigo. Peleaba su hijo de 17 años. Era una competición amateur y su peso era de 61 kilos, por lo que peleaba en peso Welter ligero.

Conocía la naturaleza segura y valerosa, pero no fue hasta la final de la competición que ésta empezó a brillar. Peleaba contra alguien claramente más grande que él, y fisicamente más fuerte. Estaba entre los 64 kilos, pero definitivamente parecía mucho mayor. Había ganado todos las anteriores peleas con knock out.

Cuando empezó la pelea, ni el entrenador ni toda la audiencia notó una pizca de inseguridad en el joven, aún peleando con semejante bestia. Al principio se mantuvo en la distancia, midiendo la fuerza del rival y su alcance. El joven era rápido, y cuando encontró la oportunidad lo golpeó de contra y se alejó rápidamente, esquivando así un golpe cruzado que el rival en su intento de protegerse lo arrojó. Cuando la bestia busca venganza lanzando un directo, recibe sin percatarse de que el otro peleador lo había golpeado, un gancho en el hígado. La audiencia atónita miraba como el pequeño trataba al gigante como un niño, pero todo cambio cuando el primero se tropezo.

No había logrado un golpe su rival, por lo que la caída no conto como knock down. El problema es que se había doblado el talón, y si bien podía pararse y moverse, perjudicó su velocidad. Ahí fue cuando comenzó la carnicería. Surgió la misma situación pasada, directo a la cabeza, pero esta vez, el joven no pudo esquivarlo y contraatacar. Lo recibió de lleno, y se mantuvo en pie.

Viendo que el otro peleador no se había caído, avanzó rápidamente a por una ola de golpes. En la cara, en el estómago, en el hígado. El pequeño titán estaba soportando un gran daño, y ni el casco podía amortiguar tales impactos.

Finalmente cae. En el padre se le ve una mirada de triste satisfacción. Satisfacción por que su hijo no recibía más golpes. La audiencia callada. De repente el padre, mi amigo, se para súbitamente de la silla. El joven estaba en su intento de levantarse.

Cuando puede ponerse en dos patas, el referí  le pregunta si puede continuar. Responde asintiendo la cabeza, y la pelea continua. Se acerca la bestia confiado por ya ver su victoria, y busca nuevamente el knock out. Desde la guardia de tortuga, el pequeño recibe sus constantes golpes. Una y otra vez, y se mantiene en pie. Finalmente un golpe en el mentón que entra desde abajo lo hace caer.

El referí empieza la cuenta. El padre cerrando los ojos lo acompaña en voz baja, casi susurrando. En el 9 se logra levantar, y todo el sufrimiento parece volver.

Esta vez, el joven intenta lanzar jabs para alejar a su rival. Ya empezando a cansarse, el gigante se acerca velozmente y lanza un directo, pero algo estaba mal. Cuando lanzaba el directo, ve en su oponente unos ojos decididos a ganar. La guardia baja, como preparado para contraatacar, y ve que se mueve hacia un lado. Un directo de contra recibe con toda la fuerza de su directo original, y adicionado con la propia fuerza del joven rival. El grandote cae.

Toda la audiencia se sorprende, y empiezan a aplaudir, pero la pelea no había terminado. Estoy seguro que en ese momento de estar en el piso, muchas cosas se le habrán pasado por la cabeza. No estaba inconsciente, pero le costaba moverse. Se logra levantar y se reauda el combate.

En este último minuto del último round, se sentían los corazones de ambos peleadores. Dando todo lo que tenían. El hijo de mi amigo golpeaba mas veces y entraban con mejor precisión, pero los golpes del rival llevaban mas peso consigo. En un momento, se notó que su cuerpo le falló, y comenzó a caer. Instintivamente la bestia, con un uppercut golpea violentamente al joven cuando aún caía. El golpe tuvo un impacto terriblemente fuerte, y levantó a éste, solo para despues volverse a caer. Esta vez no logró levantarse.

Cuando la cuenta regresiva termina, el peleador en pie cae en sus propias rodillas, y pierde toda la fuerza en sus brazos. La audiencia no para de aplaudir ante semejante espectáculo. Ambos peleadores estuvieron increíbles, pero la valentía del pequeño llegó a los corazones de todos.

No había logrado ganar la pelea, no había logrado salir primero, pero este boxeador se había ganado el respeto de su oponente y de todos los videntes, y había probado tener un corazón capaz de seguir peleando sin importar qué.

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